Todas las ideas que
uno comparte son ideas que uno respeta. Hay ideas que uno respeta pero no
comparte, y otras que no merecen nuestro respeto. Las personas son, a priori,
todas respetables; las ideas no. Yo puedo respetar a un amigo sin respetar
todas sus ideas, simplemente porque mi amigo es más que su reducción a una idea
que no comparto ni respeto.
La auténtica
democracia no debe confundirse con el cualunquismo indiferenciador donde todo
vale lo mismo.
Lo que escribo a
continuación es una síntesis de ideas ajenas acerca de la corrupción que en buena
medida comparto, que siempre respeto, leídas y escuchadas en otros foros, en
particular gracias a los muchachos de la Mak. Me gustaría que se lean más allá
del exclusivo eje “kirchnerismo vs antikirchnerismo”, aunque sé que en buena
medida no es posible hacerlo, y menos frente a posturas emocionales más que racionales. Aclaro de movida que la jerarquización de actos de corrupción depende, en buena medida, de la ideología de cada uno.
Antes que nada, me
parece útil volver a distinguir un poco la política de la moral, no en el sentido de que
no guarden relación, sino de que son esferas autónomas. Es más, el sector político que construye
sus posturas basado casi exclusivamente en críticas morales genera un impacto
emocional grande, pero tiene dificultades para volver sobre sus propios pasos. Las alianzas con “monstruos detestables”
del pasado son más complicadas de explicar, de cara a la opinión pública, que las alianzas coyunturales con un
opositor político en virtud de sumar voluntades. Los políticos están obligados
a sumar voluntades diversas para llevar adelante su proyecto. Involucrarse en
política implica una negociación permanente, un toma y daca que no tiene fin. Es
casi un axioma: las políticas de un gobierno pueden ser buenas o malas, pero si
no construyen poder, SE VUELVEN IRRELEVANTES. Entiendo que el rol del
intelectual o del analista es distinto; sin embargo, un político que no quiere
poder o no lo sepa construir, en mi humilde opinión, se tiene que dedicar a
otra cosa.
La política busca
algo diferente al mero cumplimiento de preceptos morales. Para mi vecina
Gertrudis, ferviente católica, las relaciones prematrimoniales o la
legalización del aborto son crímenes imperdonables. Un tipo que tiene
relaciones prematrimoniales, según Gertrudis, es incluso más inmoral que
un peronista. ¿Qué hacemos con los
preceptos de Gertrudis en política? El error radica en creer que los seres
humanos suelen compartir nuestra moral,
y que la moral debe estar siempre por encima de la política. En general, los
fedayines de Al Qaeda creen eso, y ciertamente no pareciera una bendición para
la cosa pública sino más bien una amenaza. Afortunadamente, nuestros partidos
políticos suelen ser prácticos, más allá de los exabruptos “moralistas” de una
Lilita Carrió: obtienen soluciones de compromiso, maximizando el beneficio de un
sector, aunque sientan que alguna medida puntual violenta su íntima conciencia
moral.
Para buena parte del
poder y del discurso mediático hegemónico, el concepto de corrupción es
ideológicamente asemejado a la recepción de coimas y dádivas. Definiremos
“corrupción pública”, en cambio, refiriéndonos a cualquier uso de los poderes públicos para
beneficio personal en lugar de para beneficio de los representados. El concepto de corrupción implica el concepto de coima, pero es más abarcativo. Desde un
punto de vista ideal, NINGÚN político puede escapar a cierto grado de
corrupción, aunque más no sea para asegurarse cierto nivel de gobernabilidad.
La coima es el acto
de corrupción más básico, un intercambio ejercido mayormente entre personas sin
demasiado poder: un policía de tránsito, el tipo que te instala la conexión del
cable, el patovica de un boliche o el diariero de la esquina. Las personas sin
mucho poder no tienen relaciones de confianza establecidas lo suficientemente
sólidas como para vender favores a fiado, o como para poder negociar grandes
beneficios en lugar de sobres con dinero.
El diputado que no
apoya una ley que sabe deseada por sus representados- que en democracia nunca
son todos, sino la mayoría- pero que lo enfrentaría con los poderosos
dispuestos a truncarle la carrera política; el funcionario que no apoya la ley
de aborto o que ni siquiera se plantea debatirla en el Congreso para no
enemistarse con la Iglesia, o que evita discutir una ley de medios más
democrática para no padecer el hostigamiento de las corporaciones mediáticas,
está siendo corrupto aunque no reciba ningún sobre.
El diputado que
acepta la visita de lobbistas que luego lo ayudarán a financiar su campaña está
cometiendo un acto de corrupción, y más aún si aprueba leyes favorables a
intereses plutocráticos.
En las mafias
establecidas que llevan generaciones no hace falta ningún sobre, aunque pueda
haberlo, no sólo porque el dinero no entraría en una valija, sino porque saben
que “hoy por ti mañana por mí” es un pacto que se cumple incluso aunque no se
haga explícito.
Una diputada que no
vota una ley, que reconoce sería apreciada por sus representados, por ir contra
sus más íntimas convicciones religiosas y para no ir en contra de su iglesia, está siendo corrupta.
Se trata del acto de corrupción mejor vendido, que es el del político corrupto
que se jacta de sus altos valores religiosos. Un honesto y comprometido miembro
de una institución, desde la fe religiosa, puede ser un corrupto desde la fe
democrática (aunque no en los estados teocráticos).
Sin embargo, de todas
las posibilidades de corrupción, sólo la coima es ilegal. Aunque muchos se
quejen de los pocos coimeros que hay en la cárcel, debería pensarse en que no hay
un lobbysta, un presionador de conciencia, uno que se haya negado a votar algo
para no malquistarse con un sector plutocrático, porque se trata de actos
completamente legales.
El poder suele obviar
esas corrupciones, porque se beneficia de ellas. No quiere que los
representantes populares se agachen por dinero, sino por conveniencia o temor.
Porque dinero para coimear tienen muchos, pero capacidad para atemorizar o
seducir, sólo unos pocos.
Los fervorosos
anti-coima plantean poco menos que el paredón para los funcionarios coimeros.
Pero no condenan al empresario que los haya coimeado, al menos no con el mismo
ímpetu, salvo que el empresario sea parte del contubernio político, uno de esos
nuevos ricos intolerables (la clase media suele detestar más a un enriquecido
por su relación con el poder político como Eskenazi que a los Martínez de Hoz o
los Alzaga, nietos de enriquecidos por su constante relación con los poderes
políticos en el pasado). No estoy postulando que deba odiarse a nadie, sino
tratando de complejizar el discurso mediático para que podamos entender mejor
la realidad política que nos toca vivir. Entiendo que todo esto puede leerse
como una “justificación del choreo”, y asumo el riesgo de las interpretaciones
tergiversadas, tanto las honestas como las que están plagadas de “mala fe”. Es
el riesgo de asumir un debate público, aunque sea un micro-debate a través de
un blog.
Durante el gobierno
de la Alianza sobrevoló una sospecha de coima en el Senado, y todos pidieron
poco menos que la muerte para los senadores; sin embargo, varios evitaron
plantear la anulación de la ley de flexibilización laboral a la que dio lugar
la coima. El fervor anticoima se centra más en
los coimeros que en el hecho corrupto que la coima posibilita. Es una
suerte de extraño fenómeno donde se rechaza al coimero pero sin rechazar la
corrupción.
La corrupción
política existe toda vez que un representante elegido democráticamente por el
pueblo, en lugar de trabajar para sus mandantes, lo hace por el interés privado
o para beneficio de un sector. En este sentido, la importancia de la corrupción
no se mide en términos de sobre, sino de daño causado a los representados. ¿Y
cómo se mide el daño?
Ejemplificando el
argumento: imaginemos que algún enemigo inventa una causa penal en nuestra
contra; si contratamos a un abogado defensor, sería coima si nuestro
representante nos pasa tickets con gastos inexistentes, algún almuerzo con la novia declarado como día de trabajo,
etc. En cambio, sería un acto de corrupción mucho más grave si manifestara
empatía con el abogado de la contraparte porque aspira a pertenecer a su
bufete, o si se guiara por un pensamiento ideológico que lo vuelve perjudicial
para nuestra causa. Esta corrupción puede costarnos la cárcel. Nadie quiere ni
tampoco defiende que un abogado penalista le robe, pero la traición sería mucho
peor. La jerarquización del robo de tickets la instalan quienes se benefician
con la traición de nuestros abogados.
El director técnico
que pone de titular a un jugador suplente que es mucho peor que el titular por
simpatía, porque sale con la hermana o por presiones de la barra, toma una
decisión contraria a la que su juicio de técnico le indica. Esa decisión es tan
dañina o más que si hubiese recibido un sobre, sólo que no se trata de un acto
ilegal y por tanto es muy difícil de probar. En nuestro país, las tribunas del
poder económico plutocrático logran influir en los diversos directores técnicos con mucho mayor poder de fuego que
cualquier barra brava.
Ojo, nadie está
defendiendo la coima, y también se sabe que muchas veces corrupción y coima van
juntos. Lo que se argumenta es que los mayores actos de corrupción política no
se explican por coimas, valijas o sobres, sino por presiones ideológicas, por
cooptación o por interés político personal. Muchos de los mayores actos de
corrupción se deben a omisiones: el no hacer por temor o para buscar el apoyo o
la aprobación de un poderoso que no sea el votante, es un acto de corrupción,
por más que sea invisible. Cuando Domingo Cavallo nacionalizó la deuda externa
cometió un acto de corrupción enorme, aunque lo hizo amparado por la legalidad.
Si lo hizo por íntima convicción, si recibió un sobre o si creía estar
beneficiando a todos los argentinos, es un tema menor frente al hecho corrupto
en sí.
¿Fue coimero Martínez
de Hoz cuando eliminó el impuesto a la herencia el año de su propia herencia?
Seguro que no. ¿Quién le habría pagado? Sus hermanos, tal vez, aunque también podría haber argumentado que
se trataba de una medida muy positiva para el pueblo. ¿Fue corrupto? Sin
ninguna duda.
¿CUÁNTO NOS IMPORTA
LA COIMA?
Si somos consultados
acerca de qué tan graves nos parecen los actos de coima, o las sospechas de
coima, en nuestra sociedad, seguramente gritemos que “¡sunescán, dalunabúso!”. Sin
embargo, entre lo que decimos que nos preocupa y lo que efectivamente nos
preocupa, en términos pragmáticos, suele haber un abismo. Podemos decir que nos
parece intolerable la existencia de niños miserables o mal nutridos en el
conurbano bonaerense, pero si atendemos a nuestros actos, concluiremos que
nuestra preocupación (o nuestra OCUPACIÓN) es ínfima. Saco extractos de una discusión muy provocadora, pero a mi juicio lúcida, que está sacada de éste posteo:
“Por supuesto que si nos preguntan en la calle qué nos molesta del gobierno diremos "la corrupción" (se utiliza el término "corrupción" en su sentido restringido, reduciéndolo a "coima"). Pero esto es como cuando nos preguntan por qué tenemos cable. "El canal de música clásica, el canal de didáctica para chicos donde les enseñan jugando, el canal de documentales históricos y poco más" afirmaremos todos con inusual coincidencia. Pero los operadores de cable saben que cuando se interrumpe el servicio del canal de ópera nadie llama al servicio técnico para reclamar, pero cuando se interrumpe PlayBoy, el de Tinelli o las señales de películas de acción, sus call centers estallan.
“Por supuesto que si nos preguntan en la calle qué nos molesta del gobierno diremos "la corrupción" (se utiliza el término "corrupción" en su sentido restringido, reduciéndolo a "coima"). Pero esto es como cuando nos preguntan por qué tenemos cable. "El canal de música clásica, el canal de didáctica para chicos donde les enseñan jugando, el canal de documentales históricos y poco más" afirmaremos todos con inusual coincidencia. Pero los operadores de cable saben que cuando se interrumpe el servicio del canal de ópera nadie llama al servicio técnico para reclamar, pero cuando se interrumpe PlayBoy, el de Tinelli o las señales de películas de acción, sus call centers estallan.
Si un gerente de un
operador de cable propusiera dedicar recursos para el canal de la ópera,
recursos que por supuesto saldrían de aquellos usados para tener los de
entretenimiento, lo despedirían en el instante. "Pero los propios usuarios
me lo sugirieron" nos dirá agitando la encuesta de Management & Fruit,
mientras se lleva su caja de pertenencias a su casa”.
Termino el post
cortando y pegando otros fragmentos del mismo post, porque me parecen intelectualmente provocadores, en el mejor sentido del término:
“Mi impresión es que el gobierno no hace ningún eje de gestión en cazar
a los sospechosos, ni tampoco hace eje allí en su comunicación. Y creo que hace
bien, principalmente porque la corrupción (acá se está usando el término "corrupción" en el sentido de "coima") no le importa realmente a nadie.
No se nota en la ciudadanía ninguna tendencia a preferir con su voto
gobiernos con menos sospechas que otros. Más bien la tendencia es hacia la
aprobación de gobiernos que se ocupen de su realidad y de los que tienen la
percepción que la mejorará. Macri no padeció por su procesamiento, ni hubo un
crecimiento sensible de evangelistas en la política. Ganaron los humanos de
siempre, llenos de sospechas, de actitudes groseras, chabacanas, priorizando
entre ellos a quienes le dan la impresión a la ciudadanía que le mejoraran la
vida, con o sin sospechas.
¿Por qué el gobierno nacional comenzaría una caza de brujas contra todo
aquel que aparezca en una tapa de diario bajo el cartel de Corrupto? ¿Por qué
el gobierno se crearía crisis políticas o de gestion sólo para mostrar una
campaña contra un flagelo al que la ciudadanía no le da importancia, a riesgo
de afectar la gestión y sus resultados, lo que sí la ciudadanía valora y mucho?
(…)
Somos otra cosa que eso que creemos ser y mucho más otra de eso que
quisiéramos ser. La política, cuando es administrada por tipos serios de verdad
(de esos que necesitarían hoy los países serios) debe ocuparse de quienes somos
porque al final votamos según quienes realmente somos.
Incluso en la MAK hubo quienes se levantaron indignados al escuchar una
afirmación como "No nos importa la corrupción" o "No tiene
trascendencia".
Eso habla bien de quienes se levantan. Es como quien se indigna al
escuchar "Los muertos de Ruanda no nos importan". Son frases
indignantes y es virtuoso levantarse en contra de ellas. Lo que no las hace
menos ciertas, ni aún entre quienes se levantan indignados.
Nos indigna que no nos importe, pero eso no hace que nos importe.
Cuando decimos que algo no tiene trascendencia no significa que nos dé
idénticamente lo mismo si ocurre o no ocurre, como una igualdad matemática.
Sólo significa que entre las muchas cosas que no nos dan lo mismo que ocuran o
no ocurran, listadas por importancia, esta aparece en el puesto 25 o 26.
Si nos preguntamos "Prefiero un gobierno que baja la desocupación
15% y tenga sospechas de corrupción o uno que la baja 10% y no las tenga?"
o "Prefiero un gobierno que incluya a 2,5 millones de jubilados y tenga
sospechas de corrupción o uno que solo incluya a 1,5 Millones pero carezca de
ellas?". Las respuestas nos irán marcando cual es la real trascendencia
que le damos a la existencia de sospechas de corrupción. Veremos que en el
nivel de hechos en los que influye un gobierno nacional, en el nivel de
diferencias que existen actualmente entre unos y otros partidos o gobernantes,
las sospechas de corrupción no escalan demasiado. Quizás algún día en el que
todos los gobernantes parezcan darnos las mismas garantías de mejoras, donde
todos obtengan idéntico puntaje en los asuntos principales, la corrupción, el
decoro y el buen uso del idioma se transformen en valores que definan un apoyo
o un rechazo. Por ahora esa parece una situación de laboratorio lejos de la
realidad.
Otra razón importante para no recomendarle al gobierno a hacer eje de
comunicación en el combate a los corruptos (mas allá de hacerlo o no en la
gestión) es que en la comunicación ese combate siempre se pierde. Basta que el
adversario tenga un medio masivo para que nos instale con facilidad la idea que
hay un corrupto suelto y con eso demostrará que nuestro combate es ineficaz,
cuando no tolerado o fomentado. Una foto, una sospecha basada en la novia de un
tipo que alguna vez creyó cruzarse con un funcionario, y tenemos un WaterGate.
La sospecha es más fácil de transmitir que la gripe.
En política no es bueno hacer eje en una variable cuya medición maneja
discrecionalmente el otro.
No focalizarse en el combate de los sospechados ni hacer un eje del
discurso oficial (el relato) con el combate de los corruptos, no significa no
gestionar para disminuir la corrupción. Suplantar los distintos tipos de planes
por la AUH que va directo a cuentas sin poder pasar por punteros, la
eliminación de la policía y sus colas de privilegiados acomodados en la emisión
de cedulas y pasaportes, las múltiples fracturas en la corporación jurídica y
su próxima "democratización" sea lo que sea que signifique, la
incorporación de Gils Carbó a la procuración, la eliminación de colocaciones de
deudas millonarias y frecuentes con sus renegociaciones y blindajes, la famosa
y ya olvidad resolución 7 de la IGJ contra los accionistas desconocidos de los
paraisos fiscales, y un montón de movidas más, reducen las posibilidades de
corrupción y de la necesaria impunidad posterior. El gobierno ha dado la lucha
por modificar esas instancias que son a futuro mas productivas en términos de
combate a la corrupción (por su eliminación o disminución) que el cortoplacista
efecto de echar ministros por la ventana a medida que aparecen en los diarios o
que se juntan suficientes firmas que así lo pidan, como parece ser la
estrategia de Dilma (quizás obligada por unos medios con plena potencia). Los
ministros vuelan pero las condiciones que hacen que reaparezcan se mantienen.
El gobierno parece haber escogido otro camino, los ministros voladores
necesitan de un condena judicial para despegar, al menos de un procesamiento,
pero va cambiando las condiciones y mucho en la dirección de dificultar la
ocurrencia de actos de corrupción.
Todo esto no significa que el gobierno deba dar la impresión que no le
importa la corrupción. Solo que no debe entrar en un combate heroico contra los
sospechados porque es una epopeya que no paga electoralmente y que sus
consecuencias podrían afectar resultados que sí pagan. Además que es mucho mas
efectivo, a los efectos de eliminarla, implementar medidas que erosionen las
condiciones que abonan hoy la corrupción que andar corriendo detrás del
festival de sombras chinas a las que nos tienen acostumbrados los medios de la
oposición real y sus repetidores en la oposición partidaria.
¿Se puede gobernar sin sospechas de corrupción? Siendo que no se conocen
casos de gobiernos que generen fuertes avances en los derechos populares que no
lo hagan sumergidos en muchos casos de sospechas de corrupción pareciera
difícil de asegurarlo. Puede ser un buen sueño y los sueños pueden hacerse
realidad. Pero no se puede descartar que no sea posible.
Incluso hablamos sobre si la corrupción real, la existencia de sobres
que van y que vienen, no es un proceso necesario para llevar a cabo una
política popular en países con niveles de desarrollo como el nuestro.
¿Podríamos lograr los avances que logramos sin disponer con cierta discreción
de los fondos que financian medios propios? Nadie defendería los sobres que
terminan en los anillos de Jaime, pero no hay acasos sobres virtuosos, necesarios?
Es lo bueno de la MAK, uno puede sostener estas cosas y poder terminar
de cenar sin estar embadurnado de alquitran y cubierto de plumas.
En la charla apareció también la comparación con la sensación de
inseguridad. En este caso, diametralmente opuesto, el votante efectivamente
mueve su voto hacia representantes que den signos de ocuparse de la
inseguridad. El gobierno debe hacer eje en su combate y dar muestras que lo
esta haciendo. Y por supuesto, como hace con la corrupción, implementar medidas
que reduzcan los hechos reales de inseguridad. Porque a diferencia de la
corrupción nadie sostiene que haya actos reales de inseguridad que puedan ser
virtuosos para la politica popular.
La seguridad es uno de los resultados mas importantes por los que se
juzga un gobierno. La falta de corrupción no. A lo sumo, la corrupción puede
ocasionar disminución en esos resultados, cosa que habrá que probar, pero no es
en sí un resultado buscado”.
Entiendo que se trata de un posteo, en cierta medida, "cínico". Sin embargo, creo que buena parte de lo que se dice ahí aporta elementos para ser pensados.
ResponderBorrar"Cuando Domingo Cavallo nacionalizó la deuda externa cometió un acto de
ResponderBorrarcorrupción enorme, aunque lo hizo amparado por la legalidad.
¿Fue coimero Martínez de Hoz cuando eliminó el impuesto a la herencia el
año de su propia herencia? Seguro que no. ¿Fue corrupto? Sin ninguna duda."
-> Los ejemplos no son válidos. Ni Cavallo ni Martínez de Hoz tenían derecho
a tomar esas decisiones. Ambos fueron actos ilegales. Nulos de nulidad
insanable. Solo el Congreso tiene derecho a adquir deuda y a modificar
impuestos en nombre del pueblo argentino.
Disculpas anónimo... el comentario había quedado como spam. Ahi lo puse. Parte de la respuesta está abajo, pero en cuanto pueda amplío. Saludos
BorrarAnónimo, es posible que tengas razón. No tengo muy frescos algunos ejemplos históricos que ilustran el argumento. De todos modos, creo que el argumento central se sostiene.. o por lo menos para mí. Por supuesto que hay mucho que omito decir al decir lo que digo.. No estoy sugiriendo que la moral no sea importante, o que lo legal tenga que minimizarse. Entiendo, por ejemplo, que habría que auditar parte de la deuda externa ilegítima, por ejemplo. Creo que en democracia, la moral no tiene que sustituir a la política, lo cual no implica negar que puede contener u orientarla. También creo que "lo legal" no es el único ámbito de análisis para entender mejor la realidad política. En política existen relaciones de poder que tienen que formar parte del análisis, para no caer en el "voluntarismo". Me da la impresión de que los medios masivos, generalmente al servicio de la "plutocracia", tienden a favorecer el descreimiento de la política electoral para aumentar su poder de negociación, porque constituyen un poder político no electoral, y que al ser no electoral, no se erosiona por el voto. Por eso me molesta cuando escucho amigos o conocidos que dicen "claro, a este candidato lo votan porque les da tal o cual cosa". ¿Y qué pretenden, que vote al que lo va a perjudicar o al que lo va a favorecer menos? No sé si me estoy dando a entender.
BorrarSaludos
Respecto del ejemplo de Cavallo como "estatizador de la deuda pública", me parece intelectualmente honesto, más allá de que uno discrepe profundamente con su ideología, poner el link a su página donde él mismo (imagino que es él) intenta desmarcarse de esa acusación histórica.
ResponderBorrarhttp://www.cavallo.com.ar/yo-no-estatice-la-deuda-privada-en-1982-fui-el-unico-que-denuncio-que-se-proponian-a-hacerlo/
De todas maneras, más allá de la precisión histórica de algunos ejemplos, creo que el argumento central del post se sostiene bastante bien. Espero opiniones que puedan aportar algún matiz (cri cri, grillos).
Saludos
Ojo, reconocer que política y moral no son equivalentes no equivale a dejar de argumentar y distinguir entre políticas que nos parecen más aceptables y otras que nos resultan menos aceptables o reprobables.
ResponderBorrar