sábado, 22 de noviembre de 2014

POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS


A mí me parece que la lectura de los clásicos no se tiene que basar ni en el temor ni en el respeto ni en el deber, sino principalmente en el amor: si la chispa no se produce, no hay nada que hacer. Hay libros de estética que uno hojea con la impresión de estar leyendo a astrónomos que jamás han mirado las estrellas con asombro infantil en la mirada. Entiendo que llega una edad en la que es difícil, como ayer, “querer sin presentir”. Y sin embargo…

Podría decirse que la lectura de un clásico nos tiene que deparar cierta sorpresa en relación al prejuicio o la imagen que teníamos de él. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un clásico dice más que su lectura directa, y si es posible en su idioma original. En cambio, por una especie de inversión de los valores; la introducción, el aparato crítico, la bibliografía, actúan como una suerte de cortina de humo que nos termina escondiendo lo que el texto tiene para decirnos. En  un post futuro me gustaría retomar el rol de las “mediaciones”, valiéndome de algunas reflexiones de George Steiner.

En Perché leggere i classici, un artículo de 1981, Italo Calvino aportaba algunas ideas que no por transitadas dejan de parecerme interesantes:

“Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: ‘Estoy releyendo…’ y nunca ‘estoy leyendo’”.

Por supuesto que para releer hay que haber leído, y esa es la razón por la cual la mayor parte de los clásicos se releen en la madurez, aunque se descubran en la infancia o en la adolescencia. Por vastas que puedan ser las lecturas formativas que uno tenga, siempre queda una enorme lista de libros “clásicos” que uno no ha leído. ¿Cuántas personas han leído todos los diálogos de Platón, o todo Tucídides, o los nueve libros de Historia de Heródoto? ¿Y Don Quijote de la Mancha o La Divina Comedia de Dante? Por no hablar de los “clásicos nacionales”.

“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Los clásicos traen impresas ciertas huellas de lecturas que han precedido a la  nuestra. Como bien dice Calvino, es leyendo a Kafka como podemos corroborar la verdad del adjetivo “kafkiano”, que escuchamos a cada momento en los contextos más variados.

“Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude constantemente de encima”.

Puede pasar con la lectura “nazi” de los textos de Nietzsche; con interpretaciones trasnochadas -por caso, pseudo estalinistas- de textos de Marx. Por supuesto que no es necesario reducir todo a lecturas que manipulan el texto de modo evidente. Todo intérprete, por bueno que sea, nos aleja de la posibilidad de que tengamos nuestra propia experiencia de lectura en relación al texto clásico. 

Los clásicos siempre nos acercan cuestiones que no sabíamos, o descubrimos en su lectura ideas que siempre habíamos sabido o creíamos saber pero que ignorábamos de dónde procedían. Un ejemplo, entre  miles, podría ser cierta idea amorosa sobre la búsqueda de una “media naranja”, que procede del Banquete de Platón. Esa sorpresa que da el descubrimiento de una filiación, de un origen, de una procedencia que viene de muchos años atrás, nos da una gran satisfacción.

La escuela está obligada a darle a uno instrumentos para efectuar cierta selección. Sin embargo, como bien apunta Italo Calvino, “las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela”.

Los clásicos también nos sirven para definirnos, a veces a favor, a veces en contra, de cierta tradición. Hay autores con los cuales uno no comparte casi nada, pero que nos despiertan un deseo incoercible de contradicción, de ganas de discutirle todo o casi todo.

Hoy quería compartir con  ustedes, inexistentes lectores que se han ido antes de que yo comience a pulsar las teclas, estas reflexiones ajenas. Ahora los dejo porque me voy a tomar unas cervezas por Palermo.

¡Sean felices! 

PD: la foto pertenece a Anna Karina, y tal vez ustedes piensen que no tiene un carajo que ver con el post. Sin embargo, a mí me pintó ponerla porque: a) estaba más buena que comer pollo con la mano; b) protagonizó películas clásicas, como por ejemplo ésta; c) porque acá el rey, el kapanga, el dueño de este blog, soy yo, que soy autor y único lector de este espacio.

Post Scriptum: si quieren complejizar/matizar un poco este posteo, pueden leer las Reglas para el parque humano de Peter Sloterdijk.

6 comentarios:

  1. Rodrigo, soy Rodrigo y te quería comentar que vos estás alejándome de la posibilidad de leer un clásico, porque tu posteo es una mediación de una mediación, y por tanto está como tres o cuatro grados más lejos de la idea platónica de lectura de un clásico. En fin... eso. Dedicate a cosas más productivas que postear estupideces.

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  2. Segui "escribiendo estupideces" q somos varios los que te leemos. ¡Saludos desde Chile!

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  3. Suscribo las palabras del anónimo anterior. Aunque nunca comento, te sigo desde hace más de tres años (desde que tenías el blog anterior). Seguí escribiendo!!

    Saludos desde Merlo City

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  4. ¿Alguien me lee desde Chile? ¡La tierra de Nicanor Parra y Roberto Bolaño! Bueno.. muchas gracias. Saludos a todos y..

    ¡Aguante Boca Juniors!

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  5. Respuestas
    1. Y sí estimado, yo creo que de lo contrario no tiene mucho sentido, salvo para sentirnos "más cultos" o para aprender cierta técnica" o para aprobar un examen, que en comparación son motivos menores.
      Saludos!

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