Hoy quiero recrear una interesante discusión que leí hace un tiempo en el blog de Oscar Cuervo:
Se dice que la lírica y la música
del flaco es “elitista” y “pretenciosa”, y más aburrida que chupar un clavo.
Por eso, antes de postear mi opinión sobre la discusión que provocó Oscar
Cuervo, quiero aclarar algunos aspectos que me parecen pertinentes:
La democracia moderna, para
Claude Lefort, es inseparable de la indeterminación de sus fundamentos, de la
infigurabilidad del poder, de la ley y del saber. La democracia implica el
desvanecimiento de los referentes últimos de la certeza. Esto no implica
relativismo, pues la democracia es esa forma de sociedad que convierte la búsqueda
sin garante, sin término, de identidad, en una forma de identidad. Todo esto se
conecta con el proceso de desencantamiento del mundo, con el desarrollo del
sujeto autónomo y la mar en coche que da como resultado la producción de
artistas que deciden cagar, enlatar su propia mierda y exponerla en un museo
como obra de arte. Otros hacen arte aplicándose cirugías estéticas sobre su
propio cuerpo. En fin...
ELITISMO:
Según Terry Eagleton, “es un
error confundir jerarquía con elitismo. El término “elite” es lo
suficientemente nebuloso que a veces se lo confunde con “vanguardia” (se esté
de acuerdo o no con las vanguardias), que es algo bastante diferente. El
elitismo es una creencia en la autoridad de unos pocos selectos, lo que en
términos culturales suele sugerir que los valores son o deben ser preservados
por un grupo privilegiado, elegido por sí mismo o de otra manera, cuya
autoridad deriva de cierto status además de su formación cultural (su origen
social o religioso, por ejemplo) o sólo su barniz cultural”. (Las Ilusiones del
posmodernismo, capítulo 5: "Falacias").
El término “jerarquía”, en
sentido amplio, nos remite a cierto orden de prioridades, con lo cual si bien
no todo el mundo es “elitista”, el mundo es necesariamente jerárquico. La democracia
no implica la ausencia de ranking, sino privilegiar los intereses del pueblo
como un todo por sobre los intereses de los grupos poderosos y antisociales.
Como es obvio, no se puede pensar
sin discriminar: si Messi nos parece tan buen jugador como Cellay no somos
democráticos, sino personas que miran el fútbol con dos fetas de salame en los
ojos. O quizá lectores compulsivos de Olé, o televidentes convencidos de que el
contenido de los programas de Fernando Niembro o Alejandro Fantino nos revelan la
verdad de la milanga futbolera por medio del análisis de cuántos quilómetros
recorrió Xavi o por qué tal o cual jugador no grita el himno con la mano en el
pecho.
LA ENTROPÍA ESTÉTICA
Hoy en día, la cultura estética
es más rica y compleja que cualquiera que la humanidad haya vivido en el
pasado: nuestro mundo está cada vez más constituido estéticamente, y somos
atravesados por el discurso y las imágenes de infinidad de medios de comunicación,
información e intercambio. A nadie se le escapa que estamos inundados por redes
de información que crecen en progresión geométrica, y nos abruman con una
inmensa cantidad de datos que afectan e incluso anestesian nuestros sentidos.
La enorme dificultad e
incapacidad del juicio estético para argumentar con fundamentos
teórico-conceptuales en relación con el arte contemporáneo, no se debe tanto a
estolidez o endeblez mental, sino a un cierto estado de entropía estética,
motivada en parte por el agotamiento de las diversas neovanguardias. Y ni
hablemos del rock, donde ya todo nos suena a “pastiche” de música que ya se ha
hecho (lo cual no quiere decir que uno no la pueda llegar a disfrutar mucho).
¡Hemos visto, escuchado y leído demasiado acerca del rock (y acerca de casi
todo)!
Como bien nota el filósofo
catalán Gerard Vilar, hubo un tiempo en que cualquiera sabía qué era el arte,
cuál era su lugar y para qué servía. Incluso en plena Edad Media, el campesino
más analfabeto de un valle perdido en los Pirineos podía reconocer un
Pantocrátor, un San Pedro o al Tentador e interpretar los acontecimientos de la
historia sagrada o los símbolos a los que aludían los frescos, los retablos o
los altorrelieves de la pequeña iglesia local. El arte narraba una historia
sagrada cuya referencia era clara. “Como el arte era algo tan obvio, pocos o
ninguno se preguntaban por su existencia, su naturaleza y su razón de ser” (G.
Vilar)
Para un campesino de la Edad
Media, el siguiente fragmento acerca de la utilidad de la literatura escrito
por Georges Bataille sería ininteligible:
“Lo que a menudo distorsiona el
asunto es la preocupación por ser útil que tiene un escritor débil.
Cada hombre debe ser útil a sus
semejantes, pero se vuelve su enemigo si no hay nada en él más allá de la
utilidad.
La caída en la utilidad por
vergüenza de uno mismo, cuando la divina libertad, lo inútil, acarrea la mala
conciencia, es el comienzo de una deserción. Se les deja el campo libre a los
arlequines de la propaganda.
(…) No puede ser útil porque es
la expresión del hombre-de la parte esencial del hombre- y lo esencial en el
hombre no es reductible a la utilidad. A veces un escritor se rebaja, harto de
soledad, dejando que su voz se mezcle con la multitud. Que grite con los suyos
si quiere –mientras pueda-, si lo hace por cansancio, por asco de sí mismo,
sólo hay veneno en él, pero les comunica ese veneno a los demás: ¡miedo a la
libertad, necesidad de servidumbre! Su verdadera tarea es la opuesta: cuando
revela a la soledad de todos una parte intangible que nadie someterá nunca. A
su esencia le corresponde un solo fin político: el escritor no puede sino
comprometerse en la lucha por la libertad anunciando esa parte libre de
nosotros mismos que no pueden definir fórmulas, sino solamente la emoción y la
poesía de obras desgarradoras”.
Hay muchas formas de definir al
hombre (o al “ser humano”, para decirlo de un modo más contemporáneo): el
animal que ríe, el animal que sabe su muerte, el animal racional...
Según Vilar: “hay otras especies
que juegan, que tienen lenguajes, que en algún sentido trabajan, que hacen
herramientas, que son altruistas, etc., pero ninguna crea nada ni remotamente
parecido a las obras de arte. Es algo único de la especie humana que nos
diferencia auténticamente del resto de la naturaleza, acaso lo único que nos
separa realmente de las demás especies”.
Dicho todo esto, el polémico post dice lo siguiente:
Encadenado al ánima "fue editado en 1975, unos meses después estallaría en el mundo un movimiento (que acá tardaría aún varios años en llegar): el punk, para el cual un tema como este, de estructura irregular, con nueve partes distintas, con cortes rítmicos que interrumpen los intentos de danza, con cambios armónicos desconcertantes... esto es lo que los punks aborrecerían.
Yo creo que el punk, que apareció en ese momento como una irrupción liberadora, fue al cabo una restauración de los valores más conservadores de la cultura pop, fue una ofensiva de la derecha del rock. Esta música se había tomado demasiadas libertades, se había vuelto imprevisible, había que volver a los temas radiables de dos minutos y medios, había que volver a los tres tonos, y allí fueron los dóciles Pistols y los dóciles Ramones, a preparar el terreno para el triunfo neo-conservador del pop plástico de los 80.
Hoy vuelvo a escuchar a Invisible y creo que esta música se está tocando mañana, que está muy bien que les joda a todos los que apuestan a que el rock es entertainment. Invisible lo hizo, pero nuestras orejas aún no terminaron de acostumbrarse.
Que la sigan mamando!"
"Cada espectador establece con la película un diálogo único e irrepetible." Federico Fellini. La recuerdo así, pero la leí en Humo(r) hace más de treinta años, así que no puedo estar seguro. Pero el sentido era ese. Y se puede reemplazar película por canción, novela o lo que sea. Algunos autores conmueven y otros no. A mí me tocó Yupanqui y no Spinetta. ¿De quién es la culpa? "Tengo ante mí dos caminos: convertirme en un hombre de letras o hacer letras para los hombres" Homero Manzi a Arturo Jauretche cuando estaban terminando el servicio militar. ¿Manzi eligió ser Yupanqui o Spinetta? ¿Eligió Manzi realmente?
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