No importa que uno tenga la
intención de “no meterse en política”: la política siempre se meterá con uno.
Todo aquél que presuma de no estar interesado en política, deberá saber que
otros la estarán haciendo en lugar suyo. En lo personal, adhiero a la frase de
Churchill respecto de que “la democracia es el peor sistema político,
exceptuados todos los demás”. Aquellos que dicen que la nuestra es una
democracia ficticia, deben entender que todos los sistemas políticos son ficciones,
invenciones, construcciones hechas por el hombre en sociedad.
Cualquiera de nosotros, al menos parcialmente,
podremos sentirnos identificados con esto que dice Savater respecto de España:
“(…)
lo que pasa en este país es que a despotricar ya se lo considera hacer
política. Quien critica ya cree que ha entrado en política. Hasta los treinta
años viví en una dictadura donde todo el mundo criticaba a Franco en el bar, y
después se iban al trabajo sin mover un dedo, no tenían la más mínima intención
de actuar”. (Ética de urgencia)
Por eso es que hoy tenía ganas de
seguir un poco la discusión (conmigo mismo, ya que no me lee nadie) respecto del post anterior.
LA POLÍTICA Y EL RESENTIMIENTO
A diferencia de la ira, que en su
justa medida es necesaria (por ejemplo, para rebelarse frente a la injusticia),
el resentimiento es como la envidia, funciona a pura pérdida. El funcionario o
el ciudadano resentido es aquél que actúa como si pensara: “prefiero hundirme
contigo antes de seguir viendo tu triunfo”. Es como la gente que dice “ojalá
que a la selección le vaya mal, para que expulsen a tal persona”; o “espero que
los porteños se vean perjudicados, por haber votado a Macri” (pongo el ejemplo
de Macri por ser alguien con cuyo proyecto político disiento), y así siguiendo.
El resentido no se reconocerá a sí mismo como resentido, sino que tenderá a
disfrazar su vicio de virtud: “si vos te perjudicás, los argentinos/la
patria/la nación/el club, nos veremos beneficiados”. En este sentido, pienso en algunas respuestas de Horacio Tarcus durante una entrevista a propósito de
la obra de Milcíades Peña:
"Al igual que pasa con el tema
YPF, la izquierda plantea lo mismo en el tema derechos humanos. “¿Qué hacían
los Kirchner en los ’90? Lo que importa es lo que están haciendo ahora. Esa
crítica me parece mezquina, muestra lo peor que tiene la izquierda: el resentimiento
de haber perdido. Y cuando el kirchnerismo toma medidas por las que la
izquierda venía peleando hace mucho tiempo, dicen: ‘Lo hacen por oportunistas’
¿Es imposible pensar una izquierda revolucionaria que luche por reformas? (…)
La propia Rosa Luxemburgo, en “Reforma o revolución” –un texto que para mí es
inactual-, empieza el libro con una clarividencia extraordinaria. Dice que los
revolucionarios no estamos en contra de los proyectos de reforma, estamos en
contra de creer que con una mera acumulación de reformas se va a subvertir el
capitalismo y se va a llegar al socialismo. Yo adhiero a esta idea; no hay que
renunciar a la aspiración de ir más allá del capitalismo. Creo que hay que
pensar un proyecto de izquierda que exceda al kirchnerismo, pero sin instalarse
en la lógica de que le vaya mal. Hay un deseo manifiesto que se ve tanto en
(Elisa) Carrió como en (Jorge) Altamira. Quieren que les vaya mal y les da
bronca si al kirchnerismo le va bien. Yo quiero que al kirchnerismo le vaya
bien y que podamos construir una izquierda más allá del horizonte kirchnerista”.
Eso no implica que no exista, dentro del oficialismo, mucha gente que justifique las cagadas o corruptelas del kirchnerismo con frases tipo "ustedes quieren que al gobierno le vaya mal, y si al gobierno le va mal nos va mal a todos". ¡No! Si sos gobierno deberás hacerte cargo de las críticas que te corresponden.
Tampoco es mi intención explayarme
acerca de la relación entre kirchnerismo, peronismo e izquierda, porque es una
discusión que se abre al infinito. Ignoro si es justo afirmar que Carrió o
Altamira quieren que nos vaya mal, porque no conozco sus más íntimas intenciones. La idea no es personalizar los argumentos,
así cada uno le pone el nombre propio que se le ocurra.
Eso por un lado. Por otro lado, los
argentinos sentimos, y en buena medida con razón, que somos una sociedad
profundamente corrupta. Si admitimos que el poder es impunidad, no podremos más
que acordar con Savater cuando dice:
“El
problema no está en que haya casos de corrupción, sino en que la corrupción
salga impune. Creo que los humanos somos todo lo malo que nos dejan ser (…) La
tarea democrática no es corregir la naturaleza humana, ni su inclinación a las
trampas, sino crear una sociedad que nos asegure que los comportamientos antisociales no van a
quedarse sin castigo. Kant se dio cuenta de una cosa muy importante mientras
investigaba la moral: incluso aquel que miente y roba prefiere que los demás
cumplan las normas; desde luego que las
personas inmorales quieren seguir haciendo trampas, pero exigen que los demás
respeten las normas. El mentiroso prefiere que el resto del mundo diga la
verdad, porque si todos mienten, nadie va a creerse nada, y él no podrá sacar
ventaja”.
Cuando hablamos de corrupción e
impunidad, hablamos no sólo de la clase política, sino del poder económico y
financiero. En fin, la corto acá porque me parece que son cuestiones ultra discutidas. Me gustaría complejizar, en algún posteo futuro, la cuestión de la "corrupción".
¡Sean felices!
¡Sean felices!
Hablando de mantener lectores: tuve que resaltar los títulos de azul/fucsia brillantes sobre fondo negro para poder leerlos: LA POLÍTICA Y EL RESENTIMIENTO, FEDOR DOSTOIEVSKI: “MEMORIAS DEL SUBSUELO” y FRAGMENTO DE UNA ENTREVISTA A SLAVOJ ZIZEK Y PETER SLOTERDIJK:. (Por ahí es mi monitor. O mi retina)
ResponderBorrarJaja, lo vuá rreglá. Tampoco es justo que mis seis o siete lectores anuales se queden ciegos o cortos de vista.
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