Rescato una frase de Barenboim sobre el conflicto palestino-israelí, en respuesta a ésta entrevista:
"Es un conflicto entre dos pueblos, el israelí y el palestino, que están profundamente convencidos de tener el derecho de vivir sobre el mismo (pequeño) pedazo de tierra, y eso, sin el otro".
No voy a extenderme sobre un asunto por demás complejo. Aunque soy agnóstico y mi herencia es católica, el conflicto de Medio Oriente me interesa como ser humano primero, y como argentino luego. No olvidemos que en mi país tenemos una de las comunidades judías más numerosas del mundo. Lo que están haciendo con el pueblo palestino es realmente perverso. Sin embargo, hoy quiero destacar el esfuerzo por comprender de algunas personas que en este sentido son ejemplares. Podría hablar de Vasili Grossman, de Margarete Buber-Neumann o de Viktor Frankl; en este caso me quiero centrar en algunos fragmentos de la obra de Primo Levi.
Ante todo digamos que historia es lo que nos concierne, el resto es erudición. Lo
que sigue es, básicamente, un resumen/comentario a “La zona gris”, posiblemente
el capítulo más importante de Los hundidos y los salvados. ¿Para
qué leerlo hoy? Para no repetir el reclamo histérico de tantas personas que
hacen catarsis y, en lugar de reclamar justicia o de luchar por una sociedad
mejor, piden a los gritos sangre y venganza. Los peores enemigos que tenemos
para entender los sucesos históricos y políticos son el maniqueísmo, el odio,
el deseo constante de tranquilidad y la pereza mental.
Estamos hablando de la voluntad de comprender el nazismo de
parte de un judío italiano deportado a Auschwitz a los veinticuatro años, en
1944, donde sobrevivió en condiciones infrahumanas. Estamos hablando de una
persona que vio muchas de las peores atrocidades que los seres humanos son
capaces de hacerle a otros seres humanos, y que pese a todo se esforzó por
entender a sus verdugos. ¿Para que la historia no se repita? No, porque la
historia nunca se repite, y ese es el gran truco: el crimen siguiente revestirá
una forma distinta para que no lo reconozcan.
“Los monstruos existen, pero son
demasiado poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos; los que son
realmente peligrosos son los hombres comunes”
La actitud adoptada por Levi con respecto a los responsables
del mal no es ni perdón ni venganza, sino justicia. “No tiendo a perdonar,
nunca he perdonado a ninguno de nuestros enemigos de entonces, al igual que no
me siento dispuesto a perdonar a sus imitadores (…) porque no conozco actos
humanos que puedan borrar una falta”.
Como bien dice Tzvetan Todorov en Memorias del mal, tentación del bien:
“Tenemos la impresión de que el perdón es, sobre todo, útil
para quien lo concede, para permitirle vivir en paz; pero no tenemos derecho a
convertirlo en una exigencia general. El perdón judicial, o amnistía, es
igualmente inaceptable si se produce antes de cualquier juicio y se refiere a
actos tan graves como el asesinato, la tortura, la deportación o la
esclavización: supone suspender la propia idea de justicia en nombre de
factores considerados superiores, como la paz civil. El perdón es una opción
personal, mientras que el crimen desborda el marco privado. La falta, la
ofensa, el crimen no sólo lastimaron al individuo que fue su víctima;
quebraron, o en todo caso perturbaron,
el propio orden social, que implica la idea de justicia y de retribución”.
Levi tampoco cree en la venganza, ya que no arregla nada,
sino que añade nueva violencia a la violencia precedente, en un movimiento
pendular que se amplía con el tiempo en vez de amortiguarse.
EL DESEO DE SIMPLIFICACIÓN
Lo que entendemos por comprender coincide, muchas veces, con
“simplificar”: si no redujéramos el caos
del mundo que nos rodea, según Primo Levi, sería “un embrollo infinito e
indefinido que desafiaría nuestra capacidad de orientación y de decidir
nuestras acciones". Estamos obligados a reducir la realidad a un esquema mínimamente cognoscible.
La tendencia al esquematismo, como forma de economía del
pensamiento o de necesidad pedagógica, afecta la manera en que percibimos la
historia. Al abordar los acontecimientos históricos, solemos huir de la
complejidad, de las medias tintas; nos inclinamos a reducir el caudal de los
sucesos humanos a los conflictos, y el de los conflictos a los combates entre
dos adversarios claramente diferenciados: nosotros y ellos, unitarios y
federales, peronistas y antiperonistas, nacionalistas y liberales.
Según Primo Levi, “el deseo de simplificación está justificado;
la simplificación no siempre lo está”. Y es que la mayor parte de los sucesos
históricos y naturales no son nada simples, o no tienen la simplicidad que
desearíamos que tengan.
“En quien lee (o
escribe) hoy la historia de los Lager es evidente la tendencia, y hasta la
necesidad, de separar el bien del mal, de poder tomar partido, de repetir el
gesto de Cristo en el Juicio Final: de este lado los justos y del otro los
pecadores. Y, sobre todo, a los jóvenes les gusta la claridad (los cortes
definidos); como su experiencia del mundo es escasa, rechazan la ambigüedad”.
Y acá viene algo que es central: Levi nos dice que los
mismos prisioneros que recién ingresaban al Lager, creían estar entrando a un
mundo terrible pero descifrable, donde los enemigos estaban claramente
diferenciados. Sin embargo, dentro del universo concentracionario, el
“nosotros” perdía sus límites, “los contendientes no eran dos, no se distinguía
una frontera sino muchas y confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y
el otro. Se ingresaba creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los
compañeros en desventura, pero éstos, a quienes se consideraba aliados, salvo
en casos excepcionales, no era solidarios: se encontraba uno con incontables
mónadas selladas, y entre ellas una lucha desesperada, oculta y continua. Esta
revelación brusca, manifiesta desde las primeras horas de prisión –muchas veces
de forma inmediata por la agresión concéntrica de quienes se esperaba que
fuesen los aliados futuros-, era tan dura que podía derribar de un solo golpe
la capacidad de resistencia. Para muchos fue mortal, indirecta y hasta
directamente: es difícil defenderse de un ataque para el cual no se está
preparado”.
La finalidad principal del sistema consistía en destruir la capacidad de
resistencia del adversario, de ahí que Levi titule su primer libro Si esto es
un hombre. ¿Acaso una persona loca de hambre y sed, tatuada y rapada,
esquelética, rodeada de muerte y dolor, al ser rescatada por los soldados
aliados, era realmente un ser humano? Lo era en cierto modo, si tenemos en cuenta que sólo los seres humanos son capaces de "deshumanizar" a sus semejantes.
Los prisioneros nuevos, comúnmente, eran maltratados por los
más viejos. Borges dijo que la humanidad consiste en ser partes de una misma
penuria. Pues parece que no se cumplía el sentimiento de humanidad en
individuos deshumanizados. La ausencia de solidaridad entre oprimidos, nos dice
Levi, era una fuente de dolor adicional.
“(…) la multitud despreciada de los ‘antiguos’ tendía a ver
en el recién llegado un blanco en quien desahogar su humillación, a encontrar a
su costa una compensación, a crear a su costa un individuo de menor rango a
quien arrojar el peso de los ultrajes recibidos de arriba”.
La siguiente reflexión de Primo Levi me parece fundamental:
“Es ingenuo, absurdo e históricamente falso creer que un
sistema infernal, como era el nacionalsocialismo, convierta en santos a sus
víctimas, por el contrario, las degrada, las asimila a él, y tanto más cuanto
más vulnerables sean ellas, vacías, privadas de un esqueleto político o moral”.
No existe un espacio vacío y tajante entre víctimas y
victimarios. Según Levi, el espacio está “constelado de figuras torpes o
patéticas (a veces poseen al mismo tiempo las dos cualidades) que es
indispensable tener presentes si queremos conocer a la especie humana, si
queremos poder defender nuestras almas en el caso de que volvieran a verse
sometidas a otra prueba semejante o si, únicamente, queremos enterarnos de lo
que ocurre en un gran establecimiento industrial”.
Los prisioneros privilegiados eran minoría en
el campo, pero fueron mayoría entre los sobrevivientes. El mismo Levi es un
ejemplo, dado que sobrevivió en gran medida gracias al hecho de trabajar como
químico y no como un peón sin cualificación.
“Consumidas en dos o tres meses las reservas fisiológicas
del organismo, la muerte por hambre o por enfermedades causadas por el hambre
era el destino habitual del prisionero. Sólo podía evitarse con un suplemento
alimenticio y, para obtenerlo, se necesitaba tener algún privilegio, grande o
pequeño; es decir, un modo conferido o conquistado, astuto o violento, lícito o
ilícito, de elevarse por encima de la norma”.
Otra cuestión, que contrasta con el imaginario hollywoodense
de los esclavos y las víctimas revelándose valientemente contra los invasores,
los alienígenas o los amos despiadados, consiste en que “cuanto más dura es la opresión, más
difundida está entre los oprimidos la buena disposición para colaborar con el
poder. Esa disposición está teñida de infinitos matices y motivaciones: terror,
seducción ideológica, imitación servil del vencedor, miope deseo de poder
(aunque se trate de un poder ridículamente limitado en el espacio y en el
tiempo), vileza e, incluso, un cálculo
lúcido dirigido a esquivar las órdenes y las reglas establecidas”.
Los prisioneros que tenían algún tipo de privilegio,
luchaban por conservarlo, aunque fuera mínimo: barrenderos, lavaplatos, guardias nocturnos, hacedores de camas,
detectadores de piojos y sarna… Rara vez eran violentos, pero tendían a
crearse, según Levi, una mentalidad corporativa, y a defender con energía su
“puesto de trabajo” contra quienes, desde abajo, trataban de quitárselo.
Se ha hablado mucho sobre la identificación entre víctima y
verdugo, sobre el síndrome de Estocolmo… varios enfoques son serios y
fundamentados. Sin embargo, hay una popular gansada que indica que en cada uno
de nosotros anida una suerte de “enano fascista” que convive con otro aspecto de nuestro yo más dialoguista y civilizado.
Levi se alza con vehemencia contra la visión que intenta
borrar las fronteras entre víctimas y victimarios. Por caso, cineastas como
Liliana Cavani, autora de la controvertida película Portero de noche, que
pretende evocar la vida de los campos. Tratando de explicar el sentido de su
obra, Cavani declaró: “Todos somos víctimas o asesinos y aceptamos esos papeles
voluntariamente. Sólo Sade y Dostoievski lo han comprendido bien”.
El tipo deja muy clara su discrepancia: “(…) no sé, ni me
interesa, si en mis profundidades anida un asesino, pero sé que he sido una
víctima inocente y que no he sido un asesino; sé que ha habido asesinos y no
sólo en Alemania, y que todavía hay, retirados o en servicio, y que
confundirlos con sus víctimas es una enfermedad moral, un remilgo estético o
una siniestra señal de complicidad; y, sobre todo, es un servicio precioso que
se rinde (deseado o no) a quienes niegan
la verdad”.
Y luego viene un fragmento que es IMPORTANTÍSIMO:
“Haber concebido las Escuadras ha sido el delito más
demoníaco del nacionalsocialismo. Detrás del aspecto pragmático (economizar
hombres válidos, imponer a los demás las tareas más atroces) se ocultan otros
más sutiles. Mediante esta institución se trataba de descargar en otros, y
precisamente en las víctimas, el peso de la culpa, de manera que para su
consuelo no les quedase ni siquiera la conciencia de saberse inocentes”.
Para seguir leyendo:
El coraje y la lucidez de ese hombre son, fueron, admirables. ¡Excelente post!
ResponderBorrarLeer la "Trilogía de Auschwitz" no digo que debería ser una obligación... pero casi.
ResponderBorrarAcabo de leer la nota Primo Levi y la importancia de entender ... me parece óptima, pero no raro que tiene internet es que no entiendo quién es el autor de la nota! tienen que rever la gráfica del sitio!
ResponderBorrarJaja, yo escribí la nota. Me llamo Rodrigo. Saludos!
BorrarTomé muchas frases de "Memorias del mal, tentación del bien", de Todorov.
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